«CON D. ANTONIO TE TOPES»

(TRADICION)

     HAY en el archivo de Daroca un documento real, expedido por D. Fernando de Antequera, concediendo para cárcel la casa confiscada a D. Antonio Martín de la Torre. En este hecho se funda la siguiente tradición:
    Muerto el rey don Martín el Humano sin designar heredero el año 1410, se presentaron seis pretendientes a la corona, siendo los principales el conde de Urgel y D. Fernando de Antequera. Con este motivo se dividió el reino de Aragón en dos bandos: uno a favor del conde y otro de D. Fernando. La poderosa casa de los Lunas militaba al lado del primero, y la de los Urreas, no tan fuerte, pero más popular, defendía al segundo. Los jefes de ambos bandos eran D. Antonio de Luna, hombre iracundo y arrojado, y D. Pedro de Urrea, hidalgo prudente y valeroso. Ambos desplegaron sus banderas, promoviendo un general incendio en todo el reino, corriendo la sangre a ríos. Calatayud fue la población donde más furiosamente ardía la guerra, ensangrentando sus calles y sus riberas, por estar divididas sus dos familias principales: los Sayas y los Liñanes.
    Daroca, al principio, seguía el partido de los Lunas, por la gran influencia que siempre habían tenido en ella y por ser los principales varones procedentes de esta casa. Pero tuvo entonces lugar un suceso que cambió la faz de las cosas, influyendo poderosamente en la opinión pública y haciendo decrecer en gran manera, el partido del conde de Urgel, que era el más importante. Fue la muerte violenta dada al arzobispo de Zaragoza D. García Fernández de Heredia. Esta sucedió del modo siguiente: El arzobispo, que era quien más partidarios había hecho contra el conde de Casa-Palacio de los Luna en la calle MayorUrgel, regresaba de Calatayud, después de asistir a un parlamento de los cuatro brazos del reino, que en aquella población se había celebrado con el fin de cortar de raíz tantos infortunios como pesaban sobre el reino. Don Antonio de Luna también había asistido a la junta, y, desde Calatayud, le vemos marchar a La Almunia meditando un crimen. El arzobispo, al pasar por aquella villa, ya de noche, recibió un aviso del de Luna para que lo esperase un breve instante. Accedió gustoso cl prelado y lo esperó desarmado y en compañía sólo de algunos caballeros y familiares, mientras el de Luna se presentó armado de punta en blanco y llevando consigo veinte hombres, entre ellos D. Martín de la Torre, caballero principal de Daroca, y tenía de emboscada en una montaña vecina, doscientas lanzas. Descuidado D. García apartóse de su comitiva un breve espacio y se acercó hasta D. Antonio, que estaba en la linde del camino La conversación mire los dos personajes comenzó por ser muy cortés; pero acabó de una manera violenta. A una pregunta hecha por el de Luna contestó el prelado que el conde de Urgel no sería rey mientras él viviese. No quedó muy satisfecho el iracundo infanzón, el cual replicó con voz airada y fuerte:
    --Conque, arzobispo, ¿no será rey el conde de Urgel?
    --No, mientras aliente yo --dijo D. García con entereza.
    --Pues, ¡vive Dios! --repuso más airado Luna--, que el conde será rey, y preso o muerto D. García.
    Y éste, volviendo la rienda de la mula que montaba para retirarse, dijo:
    --Muerto podrá ser; pero preso no.
    Entonces D. Antonio se arrojó sobre él, descargando sobre su mejilla una tremenda bofetada, y en seguida en su Detalle del artesonado exterior del Palacio de los Lunacabeza un hachazo que le hizo vacilar y caer sobre la grupa de su cabalgadura. Acudieron en el acto D. Martín de la Torre y otros caballeros, que le derribaron de la mula y acabaron de matar. Apenas el acompañamiento del arzobispo le miró en aquella guisa, dando grandes voces avanzó hacia D. Antonio con ademán amenazador, más las doscientas lanzas de Luna, que estaban en acecho, precipitáronse sobre ellos, dejando aquellos ribazos cubiertos de cadáveres y haciendo huir a rienda suelta a los acorralados sirvientes del prelado.
    Fue este hecho tan escandaloso y odiado, que después, en Aragón, para desear mal a alguno, se decía como refrán corriente: «Con D. Antonio te topes».

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