(SIGLO XIII)
Del libro HISTORIA DE DAROCA del P. José Beltrán (Escolapio) publicado en el año 1954
CAPITULO I
RESUMEN: Los seis capitanes.- Zeyt Abuzeyt destronado por Zaén.- El castillo de Chío.- El Puch del Codol.- Consejo de guerra.- La misa.- La batalla.- El Milagro.- La victoria.- Interesante documento.
Hay en el Museo de la Colegial unas tablas con pinturas del siglo XV que representan al
vivo el Milagro de los Corporales, y fueron en un principio las puertas de
encerramiento del retablo del Santísimo Misterio. La tradición y los cronistas vienen a
confirmar el relato verídico de estas pinturas y de los magníficos relieves que hay
dentro de la Capilla. Es como sigue Tomada la célebre ciudad de Valencia, entonces corte
del famoso moro Zaén, asuntos particulares obligaron a D. Jaime el Conquistador a marchar
a Mompeller, dejando sin concluir personalmente la conquista de aquel reino. Nombró
gobernador de la ciudad al insigne caballero D. Jimeno Pérez, y para defensa de la tierra
conquistada seis mil hombres, distribuídos en tres guarniciones, una de ellas compuesta
por los tercios de Daroca, Calatayud y Teruel, designando generalísimo de sus armas a su
tío D. Berenguer de Entenza, señor de Mora y Falcet, a quien se juntaron los dos grandes
maestres del Temple y de San Juan, con otros caballeros ilustres de Aragón, que fueron D.
Fernán Sánchez de Ayerbe, D. Pedro de Luna, D. Pedro Jiménez Carroz, D. Ramón Cardona
y D. Guillén de Aguilón. Zeyt Abuzeyt fué destronado por Zaén y se pasó a los
cristianos, llamado después de su conversión D. Vicente Belbis.
Luego que el rey partió, los tercios de Daroca, Calatayud y Teruel
determinaron apoderarse del fuerte castillo de Chío, distante tres leguas de Játiva,
situado en un monte enriscado, donde se habían refugiado muchos de los moros que salieron
de Valencia. Las tropas cristianas tomaron los desfiladeros del castillo para impedir toda
clase de comunicaciones y escogieron como punto estratégico de sus operaciones el Puch
del Codol, llamado el Cabezo de la gran piedra, situado en las riberas de Luchente. Los
moros del castillo, que estaban observando todos los movimientos de los cristianos,
hicieron sobre los muros grandes hogueras y tocaron las trompetas y atabales para avisar a
sus vecinos moradores. Pronto cundió la alarma por todo el territorio. Enterado Zaén,
logró en breve tiempo reunir un numerosísimo
ejército y resolvió apoderarse de la pequeña hueste cristiana y recuperar la capital
del reino perdido. No tardó en caer sobre el Puch del Codol, ocupando los valles,
desfiladeros y gargantas, guarneciendo las entradas y salidas que guiaban a la altura del
monte con objeto de que no pudieran huir, pues Ios creía perdidos, no sólo por las bien
armadas tropas que llevaba, sino también por el excesivo número de ellas, que, según
las crónicas, por cada cristiano había cien sarracenos. Los nuestros contaban 400
caballos y 4.000 infantes. La víspera de la batalla, Zaén acampó con sus huestes a
vista del castillo de Chío; colocaron las tiendas de campaña, sonaron los clarines,
diéronse órdenes, rodearon todo el monte y esperaron que pasase la noche para dar al
día siguiente la señal de ataque.
Don Berenguer de Entenza reunió consejo de guerra con los cinco
capitanes que dirigían los tercios, compuestos en su mayoría de almogávares; hallábase
también el destronado rey de Valencia, Zeyt Abuzeyt, corno capitán, de los moros de su
bando.
En aquel consejo se determinó que al rayar el alba se celebrase, misa
de campaña y comulgasen los seis capitanes, ya que no
había tiempo para que se confesasen todos los de la milicia, y terminada la misa, a una
señal dada se lanzaron todos con el mayor ímpetu posible contra el enemigo, dispuestos a
morir o vencer.
Al amanecer, sobre la gran piedra que tenía la forma de una
mesa-altar, se levantó un magnífico pabellón adornado con banderas y trofeos militares.
Dispuesto todo mosén Mateo Martínez, hijo de Daroca, párroco de San Cristóbal y
capellán de los tercios, comenzó a vestirse los sagrados ornamentos. Mientras tanto, D.
Berenguer de Entenza dispuso que quedasen vigilando las cuatro partes de la falda del
monte 50 soldados de los más bravos, 50 en cada una de ellas, para evitar una sorpresa o
resistir el primer choque del enemigo. Dirigiéndose a todos en. aquel solemne momento,
pronunció una breve arenga llena de entusiasmo guerrero y de confianza en el Dios de las
batallas; luego mandó colocar la tropa alrededor de aquel cerro, y puestos todos de
rodillas, con las espadas desenvainadas y desplegadas las banderas, el sacerdote dio principio a la santa misa. Con fervorosa devoción
estaban, cuando en el espacio que media entre la consagración y la sunción, los moros,
con gran estruendo y gritería, comenzaron el asalto del monte. Los nuestros, dejando solo
al sacerdote en el altar, corrieron al combate. El sacerdote parece que debiera haber
sumido todas las formas, como era natural en tan críticos momentos, para que no fuesen
profanadas, mas no fué así, sino que sumida la del sacrificio, recogió las restantes en
los corporales y las escondió lo mejor que pudo en un pedregal que había al pie de una
palma.
Trabóse el combate con increíble ardimiento y después de tres horas
de sangrienta lucha, los moros se dieron a la fuga. Al volver los cristianos victoriosos,
el sacerdote llevó las formas otra vez al altar, pues los capitanes le suplicaron se
dignase darles la sagrada comunión para dar gracias a Dios por tan señalado triunfo. El
sacerdote, al desplegar los corporales, halló las sagradas formas convertidas en sangre y
pegadas a los corporales. Tan sobrecogido y turbado quedó, que cayó absorto de rodillas.
Don Berenguer, acercándose al ara, le dijo: "Buen padre, ¿cuál es la causa de
vuestra detención?" Y el sacerdote, exhalando suspiros y derramando lágrimas, tomó
en sus manos los corporales y no dio otra respuesta que la de volverse hacia los capitanes
y soldados y mostrarles las formas tenidas en sangre. "¡Milagro! ¡Milagro!",
exclamaron todos, arrebatados de religioso entusiasmo. Entretanto, los moros se rehicieron
y volvieron al asalto. Los nuestros, confiando en el Dios que tan visiblemente los
protegía, se arrojaron de nuevo al combate, mientras el sacerdote, colocado en la
eminencia del monte, enarbolaba aquel estandarte para infundir aliento a los cristianos.
La lucha fué horrenda; quedó el campo cubierto de cadáveres y
trofeos de guerra. De los nuestros, apenas hubo bajas; la victoria fué completa; los moros abandonaron
el castillo de Chío y de él tomaron posesión los nuestros a la mañana siguiente. Este
portentoso milagro tuvo lugar en febrero de 1239.
Hay en el archivo de la Colegial un antiquísimo documento escrito en
pergamino que conserva los tres sellos colgantes para corroborar la fe del notario que
atestiguó la verdad de todo lo que en el pergamino está escrito. Incluye éste tina
misiva en latín vulgar que envían el alcalde, Clero y demás autoridades de Daroca al
Baile, Rector, justicia y jurados de la villa de Chiva (Valencia), pidiéndoles testimonio
jurado de cómo se verificó el Milagro de los Corporales. La carta fué presentada por
Miguel Cabrerizo, vecino de Daroca, firmada el 25 de junio de 1340, a la cual contestaron
los de Chiva con el referido documento, escrito en lengua vulgar. Esto fué 101 años
después del Milagro. De este documento entresacamos lo siguiente: "A los honrrados
et discretos los Calonges de la Eglesia de Sancta María de Darocha et homes buenos del
concejo de dito lugar. Salut et honor... Femos vos saber que a nos es cierto por
testimonios dignos de fe asín Xristianos como moros... que el Noble don Berenguer de
Enteza en el tiempo traspasado defunto, con companya de homes de caballo et de pie facían
entradas en el dito Reyno de Ualencia... Et fué entre los ditos moros ordenado que
tuviesen acerca quando el dito don Berenguer exivia cabalgada et sería attentado en el
dito Pueyo que todos los moros de Ualencia et de los otros lugares del Reyno fiziesen en
tal manera commo el día sería claro todos fuesen derredor del dito Pueyo et asitiasen al
dito Noble et a todos los que con él fuesen, la qual cosa fue fecha segunt que entre
ellos fué ordenado. Et commo vino el día claro que el dito Noble vido quiera asitiado en
el dito Pueyo, fizo mandamiento a hun Clérigo qui era del conceio de Darocha que
celebrare et dixiese misa. El commo aurían Dios pregado que confesasen los unos de los otros et después que firiesen en los moros. El qual
misacantano comenzó a dezir missa et commo huvo santificado et levantado el cuerpo de
Jhesu-Xristo é lo huvo posado sobre los Corporales, el dito cuerpo de Jhesu-Xristo se
convirtió en verdadera sangre, de la qual cosa todos fueron mucho marauillados qué
significaba. Et fué asín el dito Noble et las companyas que con él eran que el dito
misacantano se vistiese un tabardo d'escarlata muyt bello et honrrado et puyase et
cavalgase en hun mulo blancho que ahí era et llevase commo, más honrradament pudiese los
ditos corporales et que devallase del Pueyo por ferir en los ditos moros et comenzaron a
ferir asín que... huvieron grant victoria contra los ditos moros et mataronne muchos et
cativaronne. Et emprés cascuna de las ditas Universidades descavan et querían aver los
ditos Corporales et echaron suertes entre los citados conceios et cayó la suert a los de
Darocha por tres vegadas, en asín que fué contención entre ellos... et por partir
contención ordenaron que el dito misacantano cavalgando en el mulo et levando con sy con
muyt grant reverencia los ditos Corporales et que fuese delant la gent: et en qualquier
lugar que el dito mulo por voluntat del nuestro Sennyor Jhesu-Xristo endresas, los ditos
Corporales fuesen de aquel lugar, el qual caminando sen de fué derechament a una Eglesia
que es cerca de la villa de Darocha, la qual es apellada Sant Marcho, et fincó los
genollos por voluntat de Jhesu-Xristo.
Et en testimonio de verdat et de las ditas cosas fazemos fer aquesta
carta pública testimonial. (Firmanla Guillén Serra, alcaide del castillo; Bernat de
Alcoleya, rector; el justicia y, los jurados.) Data in Chiva el día 6 de julio de 1340.
Domingo de Ahuero, notario público. Con sobrepuesto en la quinta regla do dice per
sarracenos."
El piadoso lector juzgará si esta relación es más natural que la que
corría de boca en boca durante la primera centuria del Milagro.
CAPITULO II
RESUMEN: Las suertes.- Discusiones.- Ultima decisión. Prodigios verificados en el trayecto.- Llegan los Corporales a Daroca.- Fin de la mulilla.- Traslación del Santísimo Misterio a la Colegial.- El escudo de la Ciudad.- Visita de D. Jaime.
Después de la batalla referida en el capítulo anterior, los vencedores ocuparon el resto
del día en enterrar los numerosísimos cadáveres que habían quedado en el
campo y en recoger el inmenso botín que dejaron los moros fugitivos.
Luego, reunido el Consejo de guerra, dispuso se mandara fabricar una
caja de plata, que aun se conserva, donde se pudieran colocar decentemente los Santos
Corporales, y consignó al capitán Vicente Belbis, por otro nombre Zeyt Abuzeyt, para que
fuese a Mompeller a comunicar a D. Jaime el Milagro y la victoria.
Al tratar sobre la posesión de la inestimable joya de los Corporales,
se promovió acalorada disputa, pues todos pretendían tener derecho a su posesión. Don
Berenguer de Entenza manifestaba que este tesoro quedase en Valencia por el justificado
motivo de haber sucedido el prodigio en este territorio y por ser Valencia cabeza de aquel
reino. Los de Teruel aducían más derechos, porque su capital, como más vecina a los
enemigos, había padecido más daños, había sufrido más choques, había derramado más
sangre e impedido que los moros invadiesen los pueblos del reino.
Los de Calatayud pretendían que fuese la gloria para sí, en atención
a ser la mayor y más rica de las tres ciudades, haber dado para la conquista más
soldados y haber gastado más caudales.
Los de Daroca exponían que aquel tesoro debía corresponderles, porque
ellos fueron los primeros que tremolaron las banderas de las Ocas sobre la Puerta de
Serranos de Valencia, y por ser mosén Mateo Martínez, hijo de Daroca, el que celebró la
misa, el que consagró las seis Formas, el que enarboló este sagrado estandarte de
nuestra fe en la última batalla, de que resultó la más completa victoria.
Viendo Berenguer de Entenza que la contienda tomaba cada vez mayores
proporciones y que los ánimos se exaltaban demasiado, propuso que se echasen suertes
sobre quién había de ser el dueño de tan rica joya, ya que el día en que esto
sucedía, se celebraba la festividad de San Matías, que fué
elegido para ser Apóstol.
Todos aceptaron esta proposición, y puesta por obra, se echaron
suertes por tres veces y las tres cayeron a Daroca. Esto no obstante, algunos capitanes
quedaron descontentos, sospechando que hubo o pudo haber arte o engaño en lo que sin duda
fue designio del cielo. El caso es que se agriaron las discusiones, hasta que por fin se
convino en que se trajese una mulilla blanca cogida en el campo enemigo, que no había
llevado carga ni pisado jamás tierra de cristianos, y cargando sobre su lomo los
Corporales, se la dejase andar libremente y el lugar donde se parase, se tuviese sin
disputa por morada del Santísimo Misterio elegida por el Cielo. Los capitanes no se
opusieron a esta determinación.
Colocados los Corporales en una caja o arqueta de plata, liada con
cordones de seda, que aun se conservan, cabalgó el sacerdote llevándola consigo con
grande reverencia, dejando a la mulilla caminar a su arbitrio. Detrás iban los soldados
con la Cruz levantada y las banderas desplegadas, y la gente con hachas encendidas en las
manos, formando una procesión, tocando, las músicas y cantando himnos, uniendo sus voces
a las acordes marchas que los ángeles, según tradición, cantaron en los aires al paso
de los Sagrados Corporales.
Durante el trayecto, al pasar por los pueblos, se verificaron algunos
prodigios, que aumentaban el fervor y entusiasmo religioso de los acompañantes, y muchas
gentes salían con sus párrocos, llevando Cruz alzada, y engrosaban las filas de aquella
procesión extraordinaria. En Puebla de Artiaza, aldea vecina de Aljecira, sacaron a un
hombre poseso que iba profiriendo estentóreas voces y horribles palabras, y en el momento
de pasar el Santísimo Misterio, quedó repentinamente libre del espíritu que lo
atormentaba, con grande asombro de todos.
En la villa de Jérica, dentro de unos montes que lindan con Aragón,
había dos ladrones, que estaban robando a un mercader e intentaban asesinarlo; cuando
vieron venir al Santísimo Misterio, huyeron amedrentados por las breñas del monte, y el
mercader, lleno de alegría, salió al encuentro de la numerosa comitiva; postrado en
tierra, con lágrimas en los ojos, adoró los Santos Corporales, y mientras refería a los
circunstantes el apurado trance en que se había visto, los dos ladrones, con grandes
voces y acelerados pasos, bajaban a la llanura, y según ellos mismos contaron, estando en
el monte, habían visto en los aires multitud de luces brillantes y hermosísimos ángeles
que volaban, cantando himnos al Señor de los ejércitos, y entonces sintieron vivos
remordimientos de sus crímenes, y atraídos por tan estupendas maravillas, venían
arrepentidos a confesar sus culpas y a lavar con lágrimas su delito. Estos y otros muchos
prodigios iba haciendo el Señor por los pueblos por donde pasaba.
Así suele el pueblo poetizar y embellecer los hechos más portentosos
de su historia.
Cruzando de largo por Teruel, llegó después de 50 leguas de jornada a
las cercanías de Daroca. Todos los vecinos de la ciudad, con su Clero, autoridades y
muchísimos habitantes de las próximas aldeas salieron a esperarlo. Espectáculo
emocionante era aquél, que hacía derramar lágrimas de devoción y de ternura, viendo a
unos levantar sus manos al cielo, suplicando al Señor que eligiera para trono de su
descanso aquella ciudad bendita; y a otros, estrechando entre sus brazos a aquellos
guerreros, hijos y hermanos suyos, que habían alcanzado tanta gloria y habían merecido que
el mismo Señor de las batallas hiciera con ellos tan alta distinción.
Llegó, por fin, a las puertas de la ciudad con todo el acompañamiento
de su triunfo, del mismo modo que entró un día en Jerusalén, y desviándose un poco
hacia el camino de Calatayud, la blanca mulilla se detuvo en un pobre albergue, que
entonces era Hospital de San Marcos, después convento de Trinitarios y hoy Hospital
municipal y Colegio de Santa, y doblando las rodillas en tierra, cayó muerta por voluntad
divina el día 7 de marzo de 1239, dejando en esta venturosa ciudad la arquilla de los
Sagrados Corporales. La mulilla fué enterrada en el atrio de la iglesia, y encima de la
puerta hay un bajo relieve en piedra, bastante bien tallado, que representa la llegada del
Santísimo Misterio.
Como estaba fuera de la ciudad y de la muralla y con temor de que
amigos o enemigos lo pudieran llevar, para asegurarse de esto, mosén Mateo Martínez y el
Clero hacían el Divino oficio y cantaban en la iglesia de dicho Hospital, y la gente de la ciudad le hacía fuera
cuerpo de guardia, hasta que se trasladó a la iglesia de Santa María. Reedificada ésta,
y habidas muchas juntas de personas eclesiásticas y civiles, se determinó entrarlo en la
ciudad. Vinieron muchas gentes de los pueblos y aldeas, y con las comunidades religiosas,
los gremios, los clérigos y cruces parroquiales y, todos los vecinos de Daroca se formó
en la iglesia de Santa María una solemnísima procesión, llegó al Hospital, se sacó al
Santísimo Misterio, y en aquel campo, que entonces estaba sin huertos, sin árboles ni
casas por razón de estrategia militar, se mostró a todos los circunstantes, que con
lágrimas de devoción lo adoraron. Después, entonando salmos y cánticos de alabanza, se
trasladó a la iglesia de Santa María, Desde este día hasta la institución de la fiesta
del Corpus, cada año se hacía procesión y se mostraba a los fieles; era el día de la
Asunción, fiesta titular de la Iglesia y de la ciudad y Patrona de la misma. (Archivo,
letra D, lig. 1º)
El día 7 de marzo se celebra todos los años procesión general con
todas las cruces, repiques de campanas, músicas, luminarias, y con la asistencia de los
conventos, parroquias y cofradías, en memoria de haber llegado en dicho día el
Santísimo Misterio a Daroca. Por actos testimoniales, uno de 1.537 y otro de 1565, se
hace constar que en el mismo sitio donde se verificó el milagro se fundó una iglesia y
el convento de los dominicos, llamado Corpus Christi; allí, en un sepulcro de mármol,
fué enterrado D. Berenguer de Entenza. La Hijuela de los Corporales se llevó al convento
dominicano de Carbonera (Cuenca), y la donó Dª. Beatriz de Bobadilla, Marquesa de Moyá,
y a ésta se la regalaron los Reyes Católicos.
Entonces se añadieron al escudo de la ciudad las seis Formas y el lema
"Non fecit taliter omni nationi". Don Vicente Belbis, el destronado rey de
Valencia, fué comisionado para que fuera a Mompeller a comunicar el Milagro y la victoria
a D. Jaime, el cual vino inmediatamente a adorarlo, y concedió a Daroca grandes
privilegios y regaló varias alhajas de plata, entre ellas la magnífica Custodia, que
sirve en la Octava del Corpus de brillante trono al Augusto Sacramento.
CAPITULO III
RESUMEN: Los síndicos de la ciudad y Urbano IV.- La fiesta del Corpus.- Privilegios de los Papas.- Personas reales que vinieron a adorar el Santísimo Misterio.- Peregrinaciones famosas.- Prodigios autorizados.
El año 1261 la ciudad de Daroca y el Cabildo enviaron dos síndicos, cuyos nombres no se
citan, uno de cada parte, a informar a S. S. Urbano IV del Milagro de los
Corporales, de los principales detalles del mismo y de la innumerable multitud de gentes
que de todas partes venían a adorarlo, las cuales no cabiendo en la iglesia ni en sus
plazas, hubo necesidad de construir una torreta de piedra fuera de los muros, en donde
desde aquellos tiempos hasta ahora se muestra y adora en el día del Corpus con solemnidad
extraordinaria. Fueron introductores de los dos síndicos ante el Papa los gloriosos
doctores San Buenaventura y Santo Tomás de Aquino, quienes informaron sobre tan
portentoso milagro al Pontífice e inclinaron su ánimo para decretar la solemnísima
fiesta del Corpus. Conmovido el Papa por la relación del milagro, concedió innumerables
privilegios e indulgencias, que sus sucesores aumentaron y confirmaron, en especial la
Bula que concedió en 1397 Benedicto XIII, el cual, siendo Cardenal y Legado apostólico,
ofició y mostró el Santísimo Misterio a los fieles, como ya se ha dicho, y regaló
magníficos presentes.
San Vicente Ferrer vino el año 1414, predicó en la Torreta el día
del Corpus y convirtió 110 judíos. De tal manera se extendió por todas partes la fama
de este Milagro que de las más remotas tierras venían numerosos peregrinos a adorarlo.
La peregrinación más notable fué la del año 1444. Siendo prior el canónigo D. Juan
Alvarez Chalez, el primero que fué elegido por el Cabildo en virtud de la Bula de
Benedicto XIII que concedía al Cabildo la gracia de elegir prior de su gremio, se otorgó
el jubileo Plenísimo de diez en diez años, y él fué a recibirlo a Zaragoza. Cuando
volvió, salieron a recibirlo en procesión fuera de la ciudad y pusieron dicha Bula en la
arqueta del Santísimo Misterio. Vinieron aquel año más de cien mil personas y se
recogieron de limosna 16.000 escudos. De esto hay documento y acto de fe en el archivo de
la Fábrica.
El 25 de noviembre de 1495 vinieron los Reyes Católicos con las
infantas Dª. María y Dª. Catalina, reinas de Portugal y de Inglaterra, con grande séquito de prelados,
grandes de España y señores ilustres, entre ellos D. Pedro González de Mendoza,
cardenal y arzobispo de Toledo, quien después de haber celebrado, mostró el Santísimo
Misterio a la regia comitiva. Estos soberanos donaron espléndidas limosnas, magníficos
tapices, ricas alhajas de oro y plata, señalaron rentas para el alumbrado y culto y
mandaron reedificar y ornamentar a sus expensas la Capilla de los Corporales, donde
pusieron los reales escudos y el Yugo y las Flechas, de cuya incomparable riqueza
artística hablaré más adelante. En 1534 vinieron el emperador Carlos V y Dª. Isabel
con el príncipe D. Felipe e infanta Dª. María, la serenísima reina Dª. Germana, que
fué esposa de D. Fernando, el duque D. Fernando de Aragón, el príncipe de Piamonte, el
Excmo. Sr. D. Alonso Manrique, cardenal de Sevilla e inquisidor general de España.
Estos y otros reyes quisieron honrar esta iglesia con hacerse
parroquianos suyos; y de sus heredades y haciendas pagaron las décimas, como consta por
diversas escrituras. El Papa Eugenio IV concedió la Bufa del famoso jubileo o Indulgencia
plenaria y por este motivo vinieron también D. Juan, rey de Aragón y Navarra, y gran
número de prelados y caballeros, en especial los hermanos del reino de Navarra, que
tenían establecidas en muchos pueblos hermandades y cofradías de este soberano Misterio.
El 1585 llegó Felipe II, que al ver la Capilla de los Corporales,
dijo: "Bien parece esta antigüedad". En 1701 vino Felipe V; en 1706, D. Carlos,
archiduque de Austria; en 1750, la infanta de España Dª. María Antonia, y en lo
sucesivo casi todos los reyes y caudillos de la nación hasta el Generalísimo Franco.
Muchos son los prodigios que ha realizado el Santísimo Misterio a
través de los tiempos; pero deseando la brevedad, referiré dos solamente. Por el año
1523, D. Juan de Borja, duque de Gandía, se vio desposeído de sus estados y en lucha con
los moros fué atravesada su garganta por una flecha, cuya
aguda punta ni pudo arrancar el arte ni arrojar de sí la naturaleza. Puesto al frente de
sus huestes, se dispuso a reconquistar los estados perdidos; salió a su encuentro el
enemigo, más numeroso que ordenado, trabóse el combate; entonces el duque levantó los
ojos al cielo, invocó a los Sagrados Corporales y agitado ya por el calor, ya por la ira,
al echar mano a la espada arrojó por la boca la punta de la flecha y quedó completamente
curado. Ganada la batalla, entró victorioso en Gandía, y en memoria de este suceso
mandó colgar en la Capilla de los Corporales una rica lámpara con las armas de la Casa
de Borja, una gola y una flecha.
Refiérese en la Historia de los PP. Jerónimos que, pasando los
cuerpos o reliquias de los santos niños Justo y Pastor, de orden de Felipe II, al real
monasterio del Escorial, Fr. Juan de Regla, que los conducía, pernoctó en Daroca,
dejando en la santa Capilla el arca con los referidos cuerpos. Se retiró a la posada y a
la mañana siguiente, muy temprano, lo despertaron los Santos Niños, diciéndole que se
levantase a decir misa. Llenóse de asombro cuando, al ir a celebrar en la santa Capilla,
halló vestidos de acólitos a los dos, que le ayudaron con la mayor devoción y ternura.
Terminada la misa, desaparecieron, encontrándose en el arca los dos cuerpos como habían
venido.